Al observar este gráfico recordad que en la sesión de Raquel Gallego sobre
implementación hablamos de la diferencia entre outputs y outcomes.
Los outputs son el producto directo de lo que hacemos.
Por ejemplo, formamos personas y trabajo,
apagamos fuegos, vacunamos niños, atendemos pacientes.
Pero ésta no es la razón de ser de las políticas públicas.
Las políticas no existen para formar parados sino para que encuentren trabajo.
No existen para apagar fuegos sino para salvar personas y sus bienes y
conservar el medio natural.
Las políticas no existen para vacunar niños sino para que estén más sanos.
Fijaos que para poder plantear una evaluación de impacto necesito saber
a qué le llamo impacto, a qué le llamo éxito, identificar los outcomes.
Uno pudiera pensar que esto es una tarea fácil,
que hay un documento del programa que explica cuáles son los objetivos y
de ahí yo puedo derivar claramente los outcomes.
Pero nada más lejos de la realidad.
A veces los objetivos no están claros, a veces no están,
y otras veces ni siquiera hay un documento del programa.
Lo más frecuente en realidad es que en algún sitio estén escritos pero que
sean ambiguos, obsoletos, irrelevantes, mal escritos.
Esto, de hecho, no nos debería sorprender.
Ahora you sabemos que la formulación de las políticas públicas sigue a menudo un
proceso de interacción entre actores.
No es el producto de un único acto racional,
y por tanto es todo un poco desordenado.
Por ello no nos debería extrañar, no nos deberíamos echar las manos a la cabeza si
nos encontramos algo tan aparentemente irracional como que una política pública
esté en marcha como instrumento para resolver no se sabe qué problema.
Sin embargo si queremos estimar impactos necesitamos identificar algún impacto,
un outcome, aunque sea ex post, aunque sea cuando el programa you
lleva años en funcionamiento, aunque sea expresamente para la evaluación.
Lo importante es llegar a determinar si tal programa genera un
impacto sobre tal outcome.
Y que esta información, que este conocimiento sea regante aunque este no
sea el objetivo formado por el outcome.
Esto es algo que a los juristas a veces les cuesta entender y
que no comparten plenamente.
Fijaros que a veces puede haber disputa política alrededor de qué es o
cuál es el objetivo de la política.
En este sentido la educación es siempre un buen ejemplo.
¿Cuál es el objetivo?
La excelencia o la igualdad en el rendimiento educativo.
O ni siquiera está en el rendimiento educativo y deberíamos buscarlo en la
promoción del espíritu crítico o de la creatividad de los alumnos.
O quizá esté en algún otro sitio.
Es un debate de naturaleza política para el que no hay una única respuesta.
Recordad lo que decíamos al principio del curso.
Personas distintas con intereses y valores e ideas distintas quieren cosas distintas,
es natural.
Pero que no haya, que haya un debate y múltiples objetivos en juego y
no los podamos evaluar todos no quiere decir que no podamos evaluar nada.
Un estudio, por ejemplo, para conocer el impacto de una reforma educativa sobre la
excelencia en el rendimiento es útil si está bien hecho,
aunque la historia no se acabe ni en la excelencia ni en el rendimiento.
Un estudio sobre el cabal mínimo ecológico del río Ebro es importante,
aunque la conservación ecológica no sea el único criterio en juego.
Recordad lo que decíamos, se trata de aportar conocimiento al debate,
no de zanjar debates que en realidad no se pueden zanjar porque son políticos.
Identificar outcomes puede resultar a veces muy sencillo.
Pero también muy complicado.
Por ejemplo, si alguien quiere elaborar un programa para que la gente deje de fumar,
o para evitar embarazos de adolescentes, o para acortar las esperas en las salas de
urgencia de los hospitales, o para que más chicos hagan la transición de la
educación obligatoria a la educación post-obligatoria.
Para determinar el outcome no hace falta romperse mucho los cuernos,
es bastante obvio.
Está ahí, y acaso el reto es cómo medirlo de forma válida y viable.
¿Pero qué pasa con una biblioteca, con el sistema de bicicletas públicas de
Barcelona del que hablamos hace unas semanas, con un museo, con la reforma
urbanística del centro histórico de una ciudad, para qué sirven estas políticas?
De hecho muchas de ellas no son fácilmente asociables a un problema o a una necesidad
concreta, son más bien oportunidades para una mejora un tanto indefinida.
Y si conseguimos determinar para qué sirven, ¿cómo lo medimos?
¿Cómo medir un cambio cultural en los modos de transporte,
o la regeneración de la vida de un barrio?
Son dimensiones bastante intangibles para las que sin embargo, casi siempre existe
algún instrumento para medirlas, aunque sea alguna dimensión parcial.
Pero estos instrumentos no siempre son totalmente satisfactorios.